Bueno, esto es un prologo, espero que os interese, si es asi, iré subiendo el resto del libro por capitulos.
La duquesa lanzaba débiles gritos con cada contracción, habían pasado ya diez horas desde los primeros dolores.
Tendida en la cama, con las mejillas descoloridas y los ojos hundidos, se dejaba hacer por las matronas y los médicos que iban y venían en aquella habitación en penumbra, dando soluciones al problema que se les había presentado sin avisar.
Tenia el aspecto de una persona que se había abandonado a la suerte, se encontraba en un complicado punto, sin retorno, entre la vida y la muerte. Aquellos carniceros que se hacían llamar médicos le habían dicho que el niño se había atravesado en el canal de parto, otros creían que se estaba ahogando con el cordón, y otros simplemente sugerían que había sido el designio de Dios.
Otra contracción, no tenía ni fuerzas para quejarse, miró a su amiga Helena con ojos de súplica "acaba ya con este dolor, haz que todo termine" parecía gritar. Notó en el hinchado vientre una fría mano; era un médico, el más famoso y bueno de los alrededores, decían; todo adquirió un tono de tensa espera. Tras unos minutos se incorporó y miró de manera intensa a la Duquesa.
_ El niño - hizo una parada, todos en la sala aguzaron el oído - nacerá muerto.
Lloraría, si le quedase algo más que un ápice de vida; giró el rostro débilmente, quería mirar a su esposo a los ojos, no esperaba que llorase, pero quería saber si su rostro mostraba la mas mínima piedad por la muerte de su primogénito y el inminente fallecimiento de su esposa, pero se equivocó, como siempre.
El Duque estaba en el rincón más alejado del cuarto, sentado en su butacón de terciopelo rojo, el codo flexionado sobre el reposa brazos sujetándose el mentón; una vela iluminaba de forma tenue sus duras facciones; miraba atentamente la escena con aquellos ojos profundos que observaban todo, no movía un músculo, estaba abstraído, sumido en su mundo, como si la escena que se desarrollaba ante sus ojos no fuese con él.
Otra contracción, cada vez eran más fuertes; cerró los ojos y respiró creyendo que sería una de sus últimas oportunidades. Se tumbó boca arriba de nuevo; su esposo jamás se había preocupado lo más mínimo por ella, la ignoraba por completo, solo había estado con ella una noche, hacía ahora casi ocho meses; poco o nada sabía de él, eso sí, las pocas veces que había podido observarle de cerca, le había servido para darse cuenta de lo extremadamente bello que era, aquellos perfectos ojos y sus suaves labios, enmarcados en un rostro sereno, correcto y con aires monárquicos; sus movimientos eran siempre tan precisos…, como si pudiese calcular sus sentimientos a la perfección, como si no se permitiese fallar jamás; y después estaba ese muro impenetrable entre sus pensamientos y ella.
Otra contracción, intentó gritar pero solo le salió un gruñido mohíno, no podía más. Helena le limpiaba el sudor de la frente cuando irrumpió en la habitación una figura encapuchada, por su forma de moverse; resuelta, atrevida, elegante; supo de quien se trataba; Aurea, la mujer a la que el Duque prefería, con la que tenía confianza y a la que ayudaba. Ella misma creía que eran amantes, aunque nadie les había visto más que una férrea amistad.
La mujer le dijo algo al oído, y justo entonces se produjo algo que jamás pensó que vería, por primera vez, mostró sentimientos; se puso tenso, muy tenso, abriendo mucho sus ojos jaspeados; algo así como sorpresa, anhelo y, quizá, algo de preocupación. Masculló algo mientras miraba a la nada; Aurea contestó con un "sí, en el estudio". El Duque miró a su moribunda esposa, el feto estaba a punto de salir al exterior, como un diminuto y frágil cuerpo inerte; dijo algo a Aurea, solo que la llamó Elicia; esta miró a la parturienta por encima del gentío, miraba con indiferencia, como si no fuese con ellos.
_ Solo unos minutos - contestó ella.
Genoveva Porteaux noto como el cuerpo de su hijo se escurría hasta salir al exterior por completo; la española soltó un suspiro, en parte de alivio en parte de pena. Su marido se levantó de la butaca y, sin mirar su estado, fue apresuradamente tras Aurea. Genoveva, o madame Genevieve, como la llamaban ahora, cogió aire, cerró los ojos sobre el cómodo lecho de seda y expiró.
_ Que se encarguen de enterrarla junto con el niño por el rito que dicte su religión - dijo el Duque con voz firme y grave.
Este se encerró en un cuarto con su supuesta amante y un loco de treinta años, que afirmaba ser un ángel caído y había oído que Dios resucitaría a Lilith, la primera mujer. Lo que se preguntaban todos en el castillo era ¿porque esa información importaba tanto al Duque de Porteaux? ¿Porque se ponía tan melancólico y distante cuando oía el nombre de Lilith? Pero sabían, que aquella información jamás tendrían oportunidad de conocerla.
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